Deporte, Aventura

Descubriendo Moratalla. Excursión El Sabinar - Salero del Zacatín

Descubriendo Moratalla. Excursión El Sabinar - Salero del Zacatín Los caminos de la Mesta

Un domingo más, el amanecer nos encuentra despiertos y preparándonos para salir de ruta. Hoy, mediado el mes de Junio, buscaremos la bondad climatológica que nos ofrecen las tierras altas de Moratalla, en concreto partiremos desde El Sabinar, donde las temperaturas en primavera y verano generalmente sofocantes en el resto de la Región, dan un respiro en estos parajes a todo aquel que guste de pasear por el campo. Además, como siempre, queremos ahondar en la historia de los lugares por los que pasearemos.
Para ello, hoy comenzaremos de forma diferente, con una experiencia de tintes gastronómicos...que mejor manera de conocer un lugar que a través de sus dulces, tradición artesanal que recoge el espíritu de viejas recetas. Para ello nos esperan en la Panadería La Parra, donde además de pan elaboran mantecados, rollos de vino, pasteles de gloria y tres tipos diferentes de tortas (garbanzos, manteca y toñas) que serán la estrella de la cata que nos ofrecen en este horno regentado por mujeres. Fórmulas sencillas y naturales, que terminan en forma de delicioso manjar. Un dulce inicio de ruta, con el que cargamos las baterías y partimos en busca del Cordel de Cehegín que nos acercará a una época en la que estos caminos, tenían una importancia vital en una economía principalmente agro-pecuaria, y que de hecho, fueron regulados por una organización de estirpe: la Mesta. Todos los cortijos abandonados o no, y otras ruinas que hoy veremos, estuvieron asociados a esta importante vía de comunicación, como la "Casa Corrales". Viendo manar el agua de su caudalosa fuente, un Aguililla calzada se marcó un picado tipo "Halcón" en un intento de apresar entre sus potentes garras a alguno de los pichones que acabábamos de ver posados en el borde de la abandonada cantera que rodea el cortijo. Es época de cría, y la búsqueda de alimento ahora es constante en mucha de la fauna que nos rodea. Abandonamos el Cordel de Cehegín, para enlazar el camino viejo de Nerpio en dirección al cortijo de La Torre. Desde aquí, tenemos la viva sensación de entrar en una pintura de paisaje renacentista toscano…la dehesa de Sabinas albares, árboles ya de por si suficientemente especiales, con una imponente presencia originada hace millones de años, se derrama entre los campos de cereales y espliegos, surcados en diagonal por los bosques galería de los afluentes del Río Alhárabe, que discurre oculto entre el túnel verde de Chopos, Álamos blancos y Sauces por el fondo del valle… y desde las alturas, más allá de donde nuestra humana vista alcanza, aves esteparias lanzan sus trinos de amor…Calandrias, Terreras y Cogujadas se retan en singular combate de acrobacias y gorjeos, inundando el espacio de sonido, un espacio impregnado por los olores de la vegetación que movemos a nuestro paso…todo lo que nuestros sentidos perciben, tan alejado de nuestro asfalto cotidiano, abren esa puerta mágica que buscamos en cada una de nuestras salidas y una vez más cruzamos el espejo entrando en el exuberante jardín de Alicia, nuestros paisajes moratalleros que aún hoy siguen casi sin domesticar, nos trasladan a otro mundo… una solitaria Encina, nos indica el camino hasta La Torre, donde hacemos parada y fonda en nuestra mesteña ruta a las puertas de lo que hoy es un coqueto cortijo muy bien conservado. Subimos a las ruinas del Molino de La Torre, rastreando los restos de construcción de época romana que aún hoy se conservan en la zona. Miles de años de historia, duermen escondidos y olvidados entre el herbazal, quién sabe si rememorando épocas de esplendor. Para nosotros es un lujo poder observar de cerca estos elementos de nuestra historia, más acostumbrados a verlos en las frías y a veces lúgubres salas de museos. Aunque aquí parecen abandonados, es mucho más estimulante verlos en su lugar original, y cumpliendo aún las funciones para las que fueron construidos con gran pericia y conocimiento. El agua que movió el mecanismo del antiguo molino, corre libre de ataduras, y se recoge en una balsa custodiada por enormes guerreros vegetales. Un Álamo blanco de tan enormes dimensiones, que se apoya en ramas del tamaño de árboles adultos para no ceder a la ley de la gravedad, y un Nogal que no está dispuesto a ceder el cetro de la monumentalidad a su compañero y amigo ponen techo a este pequeño remanso de paz escondido en el Campo de San Juan. Tras cientos de fotos del precioso rincón, continuamos andando para descubrir que el azar, recrea ante nuestros ojos una escena del pasado de estos caminos. Ya muy cerca de cruzarnos de nuevo con el cordel de Cehegín, por el que retornaremos, a la altura en concreto de la Tercia de la Encomienda, divisamos un ejemplo de transtermitancia en directo. Las reses que serán protagonistas durante las fiestas de San Juan, nos cortan el paso por el Cordel. Los mayorales que las conducen, nos ven y frenan a los astados para que continuemos sin riesgo, pero nosotros, aceleramos el paso no vayamos a tener encierros antes de tiempo, aunque nuestra compañera Elena, henchida de tradición moratallera, un poco más y se “cambia de excursión” Ascendemos observando de hito en hito el descanso de reses y hombres, y tras alterar al cachorro de mastín que con la ayuda del pastor conduce un rebaño de ovejas y cabras, (con algún ejemplar de las bellas Celtibéricas) seguimos en busca ahora de un singular mausoleo a cielo abierto. Y es que a la altura del “cortijo/balsa/molino” del Olmo, descansan los restos del árbol que dio nombre a todos los elementos antrópicos de su entorno. El ejemplar, tuvo que ser único en su momento, y así lo atestiguamos al situarnos al pie de su colosal tronco, ahora derrotado por el tiempo, pero aún extraordinario. El camino atraviesa ya el diapiro de yesos y margas triásicas origen del Salero del Zacatín, y vamos encontrando las plantas con semillas de lo que fue hace como un mes, una pradera de Orchys purpurea, escondidas y protegidas en parte por las Aligas. Pero ahora las que lucen bellamente con todo esplendor, son las frondosas Phlomis herba-venti, que se unen a los Linus suffritucosum y a las Campanula rapunculus en dotar de colorido nuestro primaveral paseo. Nos entretenemos en observar y fotografiar, la extraña belleza del paisaje triásico erosionado tremendamente por los elementos, antes de descender hacia las Salinas del Zacatín, bien atentos al suelo, surcado en este punto concreto por un sinfín de hembras de Aceiteras (Berberomeloe insignis), a las que no queremos pisar.  Entre el azul de las “Flores de Cupido”, llegamos a lo que en su tiempo de esplendor se denominó como Real Salero del Zacatín, salina de interior de gran importancia desde tiempos prehistóricos, y a la que sin duda, se asocian muchos de los restos arqueológicos que se encuentran en su entorno, incluida la propia vía pecuaria. Para probar la salmuera de sus aguas, usaremos herramientas especializadas: unos tomates cherry y un puñado de palillos… Desde aquí, será el Cordel de Cehegín el que nos devuelva al Sabinar, atravesando de nuevo los campos de espliegos, lavandas y cereal, bajo una nueva luz, la que proporcionan los negros nubarrones con panza de burra, que se han ido desarrollando a lo largo de la mañana, y que incluso atronan levemente como un gigantesco felino, avisando de lo que son capaces si se lo proponen. Nos despedimos del paisaje medieval que hoy nos ha servido de decorado a nuestras andanzas, apretando el paso por llegar al Sabinar, donde en el bar Rosales nos esperan puntuales con una mesa propia de señor feudal. Las viandas, pasan veloces por la mesa…Morro, Lomo de Orza (especialmente exquisito) Bacalao y unas bandejas de pollos asados (que Obelix seguro no hubiera despreciado, a pesar de no ser jabalí) acompañadas de patatas y ensaladas, combinan a la perfección con el vino que siempre nos acompaña. Sangre de Moratalla, el vino de la Tercia de Ulea, fiel a su cita, completa el banquete. 

Piedad, Jesús y Cristina, el equipo de “Descubriendo Moratalla”. 

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